Dr. Raúl García Miranda | M.V.Z. Luis Arturo García Domínguez | M.V.Z. Beatriz Figueroa Andrade
Estábamos en Houston Texas. Todo se hallaba listo. Había cuatro rines para la competencia. Dos eran para perros que competirían en belleza y conformación y los otros dos para perros rivales en obediencia y utilidad. Nosotros, la perra Páncreas, una Pastor Belga Malinois y yo, estábamos en ante ring, listos para entrar cuando la señora jueza nos llamara. Entonces en “un de repente” (no sé si existan dos ‘de repentes’, este fue uno solo), empezó a llover muy fuerte. Un verdadero aguacero. La cantidad de lluvia que caía era realmente extraordinaria; rápido, muy rápido se llenó de agua y encharcamientos la cancha de fútbol americano de pasto natural de la escuela donde sería el evento, ahí estaban colocados los rines de competencia. La señora jueza trató de protegerse de la fuerte lluvia en el espacio para jueces que normalmente se coloca; en este espacio había una pequeña carpa que era eficiente para hacer sombra, pero era totalmente inapropiada como protección para el aguacero que estaba cayendo. Los competidores tratamos de resguardarnos cada quien donde se había instalado, aunque casi nadie lograba protegerse del todo.
Dicen en Pénjamo, que la lluvia “arrebatada” no dura, es decir, cuando llueve muy fuerte la lluvia no se prolonga por mucho tiempo; en cambio, si es moderada o leve puede permanecer bastante rato. Como aquí en la competencia estaba cayendo una verdadera tormenta, realmente no duró. En veinte minutos la tormenta finalizó. Pero en esos veinte minutos “se cayó el cielo”, dejó el campo de fútbol americano inutilizable, prácticamente había un solo charco de agua, nada más que el charco era del tamaño de todo el campo de fútbol.
La tormenta había finalizado, sin embargo, el agua no cesaba, seguía lloviendo, en forma leve ya, pero seguía lloviendo. El cielo seguía “encapotado”, es decir, seguía gris oscuro, sin un resquicio de azul o de sol. En otro ‘de repente’ inició un viento muy fuerte y el cielo empezó a “tronar”. Estábamos en una comunidad latina, así es que casi todo era en español. Alguien por ahí que sabe de esto dijo en voz alta: <<Ahora viene una tormenta eléctrica>>. El viento tiró los límites de los rines, normalmente se ponen algunas vallas pequeñas con o sin publicidad para limitar los rines. La carpa de sombra para los jueces salió volando y por allá fue a dar. Los lugares donde uno se coloca en las competencias normalmente son pequeñas carpas o casa tipo campaña que no son para inclemencias de esta magnitud, así es que algunas también volaron o se cayeron.
Es muy curioso ver que todo mundo (latinos y americanos) en lugar de protegerse a sí mismos, hacían lo imposible por proteger a sus perros. ¿Los dejamos o los sacamos de las transportadoras?, ¿los dejamos en el corral o los sacamos? Cada quien hacía lo que mejor podía. Algunas personas llevan a las competencias caninas vehículos suficientes y convenientes para protegerse ellos y sus perros. Vehículos grandes y cerrados. Sin embargo, la tormenta había iniciado de manera brusca, así es que nadie logró protegerse del todo. Ahora sólo “chispeaba” (así se le dice a la llovizna suave en Pénjamo), pero hacía muchísimo aire y muy fuerte; entonces llovía de lado y todo se mojaba.
La primera vez que escuché a alguien preguntar si estaba lloviendo de arriba para abajo fue en mi juventud, en Mazatlán. Iba a “pegar” un huracán. Ya se habían dado las alertas a la ciudadanía. Estábamos preparados para el meteoro, si es que se puede uno preparar para recibir un huracán. En la casa del amigo donde estábamos hospedados había nerviosismo. Aún había cosas que recoger del patio y resguardarlas en un cuarto. La mamá de mi amigo quería que se siguieran guardando cosas, lo más posible para que el aire no se las llevara. Con miedo nos ofrecimos a ayudar al papá de nuestro amigo. Entonces el señor preguntó: ¿Está lloviendo de arriba para abajo? Una persona contestó: ¡No! ya no llueve de arriba para abajo, ya está lloviendo de lado. Con esta respuesta el señor de la casa dijo en voz alta: ¡Ya nadie sale! Después nos explicaron que, de seguir lloviendo de arriba para abajo, el aire no estaría muy fuerte, pero si la lluvia ya caía de lado significaba que el aire era más fuerte y el peligro aumentaba.
Pues en el evento canino ya estaba lloviendo de lado y no de arriba para abajo, el viento -por lo tanto- era muy fuerte. Además, un lugareño, oriundo de El Salvador que llevaba muchos años viviendo en Houston, que sabía lo que significaba el “mal tiempo” en ese lugar, ya había comentado que venía una tormenta eléctrica. ¡Caramba! ¿Y ahora qué hago? Pensábamos todos. Entonces una mujer también latina con residencia en ese lugar, dijo en voz alta: <<¿ven allá?>> señalando una zona de nubes negras en el cielo. Continuó hablando, <<es que ahora vienen los “rempálagos”>>. Y siguió: <<los “chuchos” se van a asustar, si no aguantan los relámpagos y se asustan, menos los rempálagos>>.
Yo seguía en el ¡Caramba! Ciertamente llevaba el carro de un familiar, ahí podía meter a mi familia y en la parte de atrás la transportadora con la perra, pero el carro estaba muy lejos. Ya estábamos empapados y tenía que decidir rápido qué hacer. Decidí irme al carro con mi familia y la perra, dejar ahí las cosas que llevábamos y después de que pasara todo, regresar a ver qué había quedado. Así que le dije a mi esposa: <<agarro un niño y a la perra y tú al otro niño, vámonos al carro y después vemos qué hacemos>>.
Apenas íbamos a empezar a caminar cuando inició la tormenta eléctrica. ¡Cállate los ojos Ramona! como diría el buen Eliseo de Tijuana, qué manera de tronar el cielo. Unos estruendos de dar miedo, en serio. Caían unos relámpagos que la tierra temblaba.
Entonces, por el sonido (aún funcionaban las bocinas del evento), dijeron en inglés y en español: <<Nadie se resguarde en los árboles ni debajo de nada metálico, no se metan a sus carros. Ya está abriendo el edificio de la escuela (en donde estábamos) todos vayan para allá. Yo seguía con el ¡Caramba! Había pasado ya media hora de que este relajo había iniciado y hasta ahora nos iban a permitir meternos en un lugar bajo techo. El sonido seguía advirtiendo no guarecerse bajo de los árboles ni en automóviles, por ser muy peligroso por la caída de relámpagos. Todos corríamos hacia el refugio, había muchos perros sueltos y corriendo, algunas personas corrían para protegerse, otros para recuperar a sus perros. La fuerza del aire movía a las personas, las empujaba fuerte, así es que con los niños abrazados mi esposa y yo, agarrados de la mano lo mejor que podíamos y la correa de la perra amarrada en mi cinturón, nos fuimos al refugio y llegamos. Era un caos bastante feo. La lluvia, el aire y los relámpagos hacían que nos olvidáramos que estábamos empapados y con frío.
La mitad de los perros estaban exaltados, agitados, nerviosos y la otra mitad muy asustados, temblando, haciéndose del baño y congelados (paralizados) del miedo. En ese caos vi a la señora que había dicho que lo peor eran los rempálagos. Me acerqué a la señora con la seguridad de que los rempálagos no existen y que se refería a los relámpagos. <<¡Sí existen! -me dijo- en cuanto ya no llueva van a empezar; son relámpagos en seco. Aquí les nombramos rempálagos. Cuando caen en la tierra, tiembla. Lo bueno es que no duran. Pero en estas tormentas siempre hay>>.
En efecto, la lluvia cesó, el aire también y empezaron a caer los rempálagos. Perros y humanos, todos, literalmente todos, nos asustamos mucho. Deben haber caído uno cada diez o quince segundos durante unos cinco minutos. Previo a la caída se escucha un estruendo en serio y después la descarga eléctrica, caen al suelo y realmente tiembla. Nunca he visto tal cantidad de perros y personas asustadas. Humanos y perros temblaban, lloraban y hubo quien se desmayó.
La Páncreas, mi perra, se congeló un buen rato. Según yo era una perra muy valiente, hacía Ring Francés. Los dos habíamos hecho el curso de sobrevivencia en Sierra de Lobos con un instructor militar y habíamos pasado todo sin problema. La presumía como una perra “dura”, muy dura. Pues nada, se congeló de miedo. La verdad es que con los rempálagos también tenía ganas de congelarme un rato, pero mi familia estaba ahí y era el único que debía mantener la calma.
Todo pasó, como una hora después regresamos al campo de futbol a ver qué recuperábamos de lo que habíamos llevado, el evento se reprogramó en otra fecha, nosotros regresamos a León. Aparte del susto, en realidad no nos pasó nada a nadie.
Sin embargo, hace muy poco, durante la feria de la ciudad de León, en la zona ganadera escuché a una señora comentar, donde estaba un toro que no podían controlar los vaqueros: <<échenle un rempálago a ver si no se calma>>. Y pues me acordé. Nunca otra vez he visto tantos perros asustados, apanicados y sus comportamientos. Otra vez hablaré de eso, del pánico canino. Feliz inicio de primavera.
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