Por Francisco Solana Martínez
Durante algunos años de mi vida me pareció que al transcurrir el tiempo y los sucesos acontecían, mi vida se expandía y replegaba como un acordeón. Para entonces era el final del año 2000 y creíamos que todo podía suceder… Aquellos que crecimos al amparo del siglo XX veíamos ese año como augurio de modernidad espacial y tecnología evolutiva; cuando menos el cine trataba de replicar esas emociones generalizándolas. Tan destacable ha sido que el futuro nos alcanzó y muchos aditamentos tecnológicos, nacidos en la imaginación de la literatura o las revelaciones de la ciencia ficción, lograron hacerse realidad funcional actualmente. En ese tono encaramos el segundo milenio y buscamos opciones productivas modernas e innovadoras, con ese espíritu fue que consolidamos un proyecto estrutícola en Veracruz. Creíamos fervientemente que la cría y comercialización de avestruces africanas podría ser favorable, principalmente si la crianza estuviese en manos del sector social.
Con una noble emoción como combustible, podía imaginar las ventajas de una mejor nutrición para la gente pobre al tener más acceso a carne y huevo de buena calidad y en mucha cantidad, además podían ser producidos con bajos costos, esto si se cubrían los procedimientos técnicos propuestos por los especialistas para lograrlo. Los subproductos como las plumas y los cascarones de huevo, las uñas y los picos de las aves, eran una mina de oportunidades de negocio para una población que, a mi criterio, sólo requiere ver las opciones y con el acompañamiento necesario, creí que podrían salir del atolladero. Una de las fortalezas del proyecto radicaba en la venta de las pieles de los avestruces, las cuales alcanzaban los mejores precios de venta en el país y también a nivel internacional, así que la oportunidad estaba de nuestra parte.
El nacimiento de nuestra empresa rural estuvo muy bien representado en la localidad y pronto logramos colarnos en diferentes direcciones: Avestruz Exporta S.P.R de R.I, logró tener representatividad regional. Nuestra Granja en el rancho El Limonar, a orilla de la autopista a Jalapa, la capital estatal, era bien conocida. Los enormes avestruces asomaban sus cuellos sobre los formidables pastizales de Veracruz y llegaron a ser visitados por autobuses repletos de turistas y muchos curiosos en torno a las inmensas y hermosas aves.
Como parte de las actividades que desarrollamos entonces estaba el posicionamiento de nuestra empresa rural en diferentes sectores de la población a nivel regional, así fue como nos presentamos en diversos eventos y exposiciones con la intención de promover los productos, subproductos y desechos transformados que producíamos. Para entonces recibimos la invitación formal por parte de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación (SAGARPA) para participar en el concurso: Empresas exitosas para el desarrollo local. Para tal concurso nos citaron en un prestigioso hotel en la ciudad de Jalapa donde al finalizar el evento fuimos seleccionados.
Este ejercicio fue encabezado por personal de la SAGARPA y esa primera fase estaría a cargo del personal del distrito de riego en La Antigua Veracruz, al ser seleccionados nos comunicaron que sobrevenía una siguiente presentación, esta vez en la ciudad de Acapulco ¡a donde iríamos en representación de Veracruz! Tal situación facilitaría la proyección de nuestra empresa y encontraríamos un buen nicho para detectar otras personas con quienes podríamos generar alianzas estratégicas frente a nuestros planes de crecimiento, así que aceptamos acudir al evento.
Durante algunos años de mi vida me pareció que al transcurrir el tiempo y los sucesos acontecían, mi vida se expandía y replegaba como un acordeón. Para entonces era el final del año 2000 y creíamos que todo podía suceder… Aquellos que crecimos al amparo del siglo XX veíamos ese año como augurio de modernidad espacial y tecnología evolutiva; cuando menos el cine trataba de replicar esas emociones generalizándolas. Tan destacable ha sido que el futuro nos alcanzó y muchos aditamentos tecnológicos, nacidos en la imaginación de la literatura o las revelaciones de la ciencia ficción, lograron hacerse realidad funcional actualmente. En ese tono encaramos el segundo milenio y buscamos opciones productivas modernas e innovadoras, con ese espíritu fue que consolidamos un proyecto estruthícola en Veracruz. Creíamos fervientemente que la cría y comercialización de avestruces africanas podría ser favorable, principalmente si la crianza estuviese en manos del sector social.
Con una noble emoción como combustible, podía imaginar las ventajas de una mejor nutrición para la gente pobre al tener más acceso a carne y huevo de buena calidad y en mucha cantidad, además podían ser producidos con bajos costos, esto si se cubrían los procedimientos técnicos propuestos por los especialistas para lograrlo. Los subproductos como las plumas y los cascarones de huevo, las uñas y los picos de las aves, eran una mina de oportunidades de negocio para una población que, a mi criterio, sólo requiere ver las opciones y con el acompañamiento necesario, creí que podrían salir del atolladero. Una de las fortalezas del proyecto radicaba en la venta de las pieles de los avestruces, las cuales alcanzaban los mejores precios de venta en el país y también a nivel internacional, así que la oportunidad estaba de nuestra parte.
El nacimiento de nuestra empresa rural estuvo muy bien representado en la localidad y pronto logramos colarnos en diferentes direcciones: Avestruz Exporta S.P.R de R.I, logró tener representatividad regional. Nuestra Granja en el rancho El Limonar, a orilla de la autopista a Jalapa, la capital estatal, era bien conocida. Los enormes avestruces asomaban sus cuellos sobre los formidables pastizales de Veracruz y llegaron a ser visitados por autobuses repletos de turistas y muchos curiosos en torno a las inmensas y hermosas aves.
Como parte de las actividades que desarrollamos entonces estaba el posicionamiento de nuestra empresa rural en diferentes sectores de la población a nivel regional, así fue como nos presentamos en diversos eventos y exposiciones con la intención de promover los productos, subproductos y desechos transformados que producíamos. Para entonces recibimos la invitación formal por parte de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación (SAGARPA) para participar en el concurso: Empresas exitosas para el desarrollo local. Para tal concurso nos citaron en un prestigioso hotel en la ciudad de Jalapa donde al finalizar el evento fuimos seleccionados.
Este ejercicio fue encabezado por personal de la SAGARPA y esa primera fase estaría a cargo del personal del distrito de riego en La Antigua Veracruz, al ser seleccionados nos comunicaron que sobrevenía una siguiente presentación, esta vez en la ciudad de Acapulco ¡a donde iríamos en representación de Veracruz! Tal situación facilitaría la proyección de nuestra empresa y encontraríamos un buen nicho para detectar otras personas con quienes podríamos generar alianzas estratégicas frente a nuestros planes de crecimiento, así que aceptamos acudir al evento.
Con tal ánimo aceptamos que el gobierno de Veracruz financiara el viaje a la ciudad de Acapulco, nos dijeron que nos llevaría un chofer en una camioneta suburban del gobierno, me pareció buena elección y externamos que si participaríamos en el concurso. El gobierno pagó al chofer y el tipo llevó a su asistente; encargados ambos de llevarnos y traernos de regreso. Pronto vi que no tendríamos el gozo de viáticos, ni asomo de amabilidad en ese sentido. Ahí empezó a ser particular el viajecito.
Cuando llegamos a la capital del estado para abordar la camioneta, tal y como convenimos con los funcionarios, nos dimos cuenta que ¡Viajaríamos con varias personas! En ningún momento nos dijeron que iríamos apretados en un viaje tan largo, por un momento estuve decidido a abortar nuestra participación, pero la sumatoria de las circunstancias vividas entonces, aunado al consejo de Alejandro Sánchez, me persuadieron para ceder y ser cordial; aún y a pesar de mi desaprobación inicial.
Finalmente nos subimos al auto y empezó el camino, no sé por qué razón particular me tocó romper el hielo e iniciar la plática con los demás viajeros a quienes no conocíamos, pues nadie tuvo la delicadeza de presentarnos. Así que tomé la iniciativa, una agradable mujer nos contó que producía licor de café en la hermosa ciudad de Coscomatepec, ubicada en las faldas del volcán Pico de Orizaba, ella había sido seleccionada como nosotros en otra región de riego en Veracruz. Otra señora más producía hongos comestibles en la sierra de Jalacingo y un señor producía jitomates en invernadero bajo una técnica innovadora y altamente productiva. Además, íbamos Alejandro y yo que criábamos y comercializábamos avestruces, éramos la delegación jarocha rumbo al concurso de la SAGARPA en Acapulco.
El viaje transcurrió sin novedad, salvo que me tocó pagar los “tente en pie” varias veces a mí, por falta de comedimiento de los organizadores de la pequeña travesía.
En el transcurso del viaje, como dije un tanto apretados, entre maletas y cajas con productos, mientras el chofer y su asistente se cambiaban de gorras y anteojos, mirándose en los espejos del auto, escuchando su música y escondiéndose de nosotros en las escalas técnicas para no tener que pagar ningún refrigerio.
Al continuar el trayecto el paisaje suavizo las imperfecciones, vimos la franja montañosa conocida como cinturón volcánico transversal, la cual conecta con una hilera de volcanes tanto el océano Pacífico hacia donde nos dirigíamos, con el Golfo de México, de donde partimos. El panorama era estupendo, una cordillera volcánica con cuadros paisajísticos que representan con sobrada belleza la geografía mexicana.
El viaje se deslizó sobre una confortable y cara autopista, no fue suficiente para que los viajeros nos viéramos en la necesidad de hacer esfuerzos para sobrellevar el viaje después de horas, con poca amabilidad por parte del chofer que no se dejaba guiar, se sentía ofendido si le dabas instrucciones según él, nos había hecho el favor de llevarnos a Acapulco, pero su trabajo era otro. Sentenció como quien quiere decir: y ni me den órdenes porque reviento.
Con tan poca reciprocidad, nosotros los concursantes, empezamos a contar nuestras anécdotas, ignoramos al par de sangrones que viajaban cómodamente en solo dos amplios asientos en el frente de la camioneta. Le tocó el turno a una señora morena de baja estatura y complexión más bien delgada, tenía el cabello negro y brillante, peinado hacia atrás, recogido con un chongo muy bien apretado. Para tomar la palabra se hizo hacia adelante en el asiento del auto, lo cual agradecimos pues nos dio oportunidad de descansar un poco, entonces pregunté ¿y como inició su proyecto? Con ánimo y seguridad contestó: <<Pues verá… acomodándose en el asiento y dándome uno de sus perfiles, el que más le facilitaba hacer contacto visual conmigo. Nosotras somos mujeres indígenas, prosiguió. En Jalacingo, donde vivimos, hay meses del año que no hay trabajo para los hombres, ni fruta, ni cosecha, ni nada, sólo harta neblina y frío, así que nos juntamos varias mujeres y aprendimos a cultivar los champiñones, así empezamos>>. Dijo con tono un poco sombrío.
Para seguir la plática y mantener el confortable espacio le pregunte: ¿y siempre se ha dedicado a la agricultura? <<No, contestó de inmediato, antes era yo sirvienta en Teziutlán, pero por eso buscamos otra actividad>>. ¿Le fue mal en Teziutlán? Pregunté curioso e impertinente, quería saber un poco más pues se trataba de mi lugar de nacimiento y me despertó la curiosidad en ese cansado viaje a Acapulco, volteé a ver a Alejandro -quien venía atento a los comentarios-, lo que avivó nuestros sentidos y curiosidad logrando con ello distraernos en el cansado viaje hacia Acapulco.
La mujer relató: <<Yo trabajaba para un doctor muy conocido, continuó diciendo la simpática señora, él vivía por allá por la calle San Rafael, en una esquina>>, dio nombre, santo y seña. Con su comentario identifiqué inmediatamente de quién se trataba, en tanto continuó con su anécdota: <<Pero no me gustó nadita, el doctor le hablaba muy rete feo a la señora de la casa, y él siempre estaba de malas, peleando por todo, no, no, bien feo, ya hasta se murió creo. Sentenció con tono irónico. Que me voy a trabajar con otro doctor que era su amigo, muy conocido también, que vivía por allá por la avenida Juárez>>. Nos dio el nombre y los reconocí inmediatamente, con tono de reproche siguió contándonos: <<Ay, en esa casa yo sufría… Nos daban de comer las sobras y nunca comíamos la comida recién hecha, qué miserables>>… Recordó con cierto coraje bien justificado. Entonces continuó: <<Tampoco me gusto nadita y me cambié con doña Martha de Solana>>… En el acto yo hice un gesto de sorpresa y volteé a ver a Alejandro quien, con estupor también, me regresó la mirada con expresión igualmente pasmada. Se trataba de mi madre y me preparé para las pedradas que lanzaba desde su recuerdo fallido, en aquella su experiencia como afanadora doméstica en Teziutlán. Ella hablaba de familias conocidas, amigos nuestros y de toda la familia, de quienes jamás habíamos escuchado indiscreciones de su vida privada. Así que esperaba un cubetazo de agua fría con el recuerdo de doña María Martha.
En realidad, yo reconocía que mi madre era estricta y tenía una manera escrupulosa de tratar a la servidumbre, imaginé que por ahí iría su comentario. Auspiciada por el anonimato, pues no podía imaginar que estaba hablando de gente común para nosotros, claro, éramos la delegación veracruzana, poco tendríamos que ver con una población casi aislada de todo, ubicada en la cima de la sierra norte de Puebla.
De su ronco pecho dijo: <<Pues de todas esas señoras encopetadas esa fue la mas amable, nos regaló los zapatos y los mandiles que nos dio para usar en su casa, y luego nos daba permiso de ir a ver a nuestros parientes enfermos y nos daba hartas “medecinas” que terminábamos sin usar. Pero si era buena mujer esa señora, muy exigente eso si y delicada huy de a montón, pero buena mujer, ahí en su casa hasta engordé. Remató con acento de concordia y yo contesté: Indiscutiblemente es buena persona. Y ella inmediatamente preguntó <<¿Qué la conoce usted?>> Sí, le contesté: es mi madre. Entonces la chaparrita se volteó a verme directamente a los ojos y comento: <<¡Hay diosito santo que tal si hablo mal de ella! Dijo con tono sorprendido y todos en el auto nos vimos con ojos condescendientes.
El viaje continuó hacia la ciudad de Acapulco y el gobierno del estado pagó nuestra estancia en un hotel regular. Nos hospedamos y constatamos que no cubrirían ningún otro gasto de la delegación veracruzana, frente a tal situación, estiramos lo más que pudimos los fondos que llevábamos para compartir con quienes no contaban con recursos para alimentarse durante el viaje.
Al otro día fue el concurso y partimos a la sede, para entonces había mucha gente nerviosa y otros daban pasitos cortos mientras estiraban cables y acomodaban sillas. Había estrés, y mucho movimiento. Traté de aprovechar el tiempo e intercambié datos con muchas personas, el concurso transcurrió durante todo el día y al final de la jornada, tuvimos la gran satisfacción de ser seleccionados nuevamente entre los participantes. Nos sentíamos tan bien… Satisfechos, henchidos de gozo, salimos a comer y llevamos a nuestros amigos veracruzanos con nosotros a disfrutar de una cena rica. Más tarde dimos un paseo en calandria por la ciudad y después a dormir, pues al otro día seguía el cansado viaje de regreso a Veracruz.
Así pasaron las horas hasta que, al otro día en la mañana, listos para salir bañaditos, relucientes, repuestos y aún con la emanación que secunda el triunfo; asumiendo el gozo, listos para lo que siguiera. Nos llamó la atención el retraso del chofer y su asistente, la hora establecida para la cita de partida era a las 9:00 de la mañana y para entonces ya eran las 10:30 y no llegaban… Finalmente se vieron aparecer los empleados del gobierno, quienes simplemente se acomodaron con quien otorgaba los dineros para ir gratis a Acapulco y además, conseguir que les pagaran el hotel y no sé yo que otros gastos fantásticos.
Llegaron al punto de reunión acordado en aquella tumultuosa recepción del hotel que albergaba a multitud de participantes de muchas regiones del país, nosotros éramos cinco personas maleta en mano, en la puerta del hotel, por más de hora y media esperándolos, saludando a otros competidores con los que compartimos el escenario, hasta que aparecieron los fulanos con expresión cariacontecida. Se acercaron hasta donde estábamos y haciéndose los indignados interpelaron con tono sangrón: Para dejarlos abordar la camioneta del gobierno deben aceptar que realicemos un cateo de sus pertenencias para ver si no son ustedes los ladrones que hurtaron unos lentes oscuros que se perdieron de la camioneta. El tipo se había ido de guarapeta la noche anterior con su asistente para celebrar el triunfo de la delegación veracruzana y perdió sus preciados lentes oscuros en algún lugar, algunos dijeron después que posiblemente fue el mismo ballet parking del antro donde se metieron.
Sin importarles la vergüenza sufrida, obligaron a las señoras a abrir sus maletas en la puerta de entrada al hotel, y así, sobre el suelo, frente a la mirada lasciva y fisgona de los transeúntes que nos miraban como si fuésemos culpables de algo que ellos desconocían. Uno a uno fuimos abriendo nuestras maletas mientras el asistente fisgoneaba entre las ropas. Pasamos la penosa afrenta y fungió como la primera felicitación oficial a la delegación veracruzana, augurio de lo que vendría después.
El viaje de regreso fue tenso y hostil, como muchas cosas bajo esa administración en Veracruz. Nunca nos dieron ningún incentivo, no ofrecieron ningún reconocimiento, aun cuando se anotó que la delegación veracruzana jamás había pasado a los concursos nacionales; menos aún existió la remota posibilidad de que nos apoyaran y de ninguna manera. Así se las gastaban los tipos del gobierno en Veracruz.
Es relevante pues, una de mis funciones en ese tiempo fue aceptar ser consejero de gobierno de los titulares Patricio Chirinos y después de Miguel Alemán, lo cual configura no sólo un desaire, sino dejó una clara evidencia de su incompetencia y poco tacto, recurrente entre la gente que se vio envuelta en el gobierno esos años y aun así, vinieron otros mucho peores.
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