Por: Dr. Raúl García Miranda
M.V.Z. Luis Arturo García Domínguez
M.V.Z. Beatriz Figueroa Andrade
¿Podemos quejarnos de este año?, ¿podemos decir que desde el principio este año debió ser “reseteado” porque traía un virus?, ¿podemos entristecernos porque se enfermaron algunos seres queridos o nosotros mismos?, ¿podemos quejarnos porque nuestra economía cambió para mal?, ¿podemos decir que el 2020 fue un mal año, un pésimo año? En efecto, podemos hacernos estas preguntas y muchas más sobre el año que termina.
Desde luego que cada quien tiene su historia. A algunos nos fue muy mal, porque perdimos a seres queridos. A otros les fue mal porque perdieron el empleo, sus ingresos bajaron o incluso dejó de haberlos. A otros les fue regular porque las pérdidas fueron sorteadas y lo negativo se contuvo. A otros nos fue bien, porque del problema hicimos un área de oportunidad e innovamos, evolucionamos y cambiamos la rutina por ideas nuevas y crecimos.
Todos estuvimos involucrados en un año totalmente diferente a los demás. Un año que cambió al mundo, al país, la ciudad, la colonia y nuestro hogar. Sin embargo, con mucho respeto a todos prefiero decir que fue un año diferente y no el peor año. ¿Por qué no fue el peor año si perdí un ser querido en la pandemia?, ¿por qué no fue el peor año si la crisis económica devastó mi familia?, ¿por qué no fue el peor año si esto, si aquello, si lo otro y sólo son cosas malas por donde lo veas?
No fue el peor año, porque podemos reiniciar. Aunque recomenzar con dolor es más difícil que sin dolor. Retomar acciones sin recursos económicos es más difícil que con recursos económicos. Reiniciar desde la tristeza es más difícil que reiniciar desde la alegría. Sin embargo, podemos reiniciar.
En plena pandemia, durante el tiempo de lluvias, en mi granja (la verdad es que no es mía, es de mi hijo Luis y su familia) hubo una plaga de saltamontes o langostas. Durante el tiempo de lluvia, el campo, los árboles, las plantas se llenan de vida, de color y de frutos. Pues bien, los árboles frutales de mi granja que no es mía, fueron devorados por la plaga de langostas. El árbol de naranjas, el de mandarinas, el de limas, el de limones, el de aguacates, todos, todos los árboles frutales quedaron sin una sola hoja. Nunca lo había visto. Parecía película de terror. Quedaron los árboles con los troncos, las ramas grandes y chicas, pero sin ninguna hoja. Llamaba la atención que la plaga de langostas no “atacó” o no se comió al mezquite, ni al fresno, ni a los pinos. La plaga se comió sólo las hojas de los árboles frutales. Únicamente de los frutales, sin respetar absolutamente a ninguno.
Todos esos árboles los sembré yo. Los cuidé para que crecieran. Los protegí para que los perros no los lastimaran cuando eran pequeños . De alguna manera eran parte de mi existencia. Sin embargo, no pude hacer nada, la plaga se los acabó. En tiempo de lluvias voy a la granja a darle de comer a los perros, pero obviamente no riego los árboles porque está lloviendo. Cada vez que llegaba a la granja me preguntaba ¿cuánto quedará de mis árboles? Hice todo lo posible por salvarlos. Cosas en el tronco, insecticidas especiales, trucos de agronomía, etc. y nada sirvió, la plaga terminó con las hojas de mis árboles.
Una tarde, cuando el sol estaba poniéndose, me senté en una silla de la granja a observar con tristeza mis árboles sin ninguna hoja y miles, tal vez millones de langostas invadiendo todo el terreno. Creo notaron que estaba triste y era mal momento para jugar, porque se me acercaron los Malinois, ella “Lola” y él “Vivo”, como normalmente no son. Muy tranquilos, sin brincar, sin ladrar, sin agitación y se echaron a mis pies. Ambos perros sabían que no debían acercarse a mi pie derecho porque me había fracturado un tobillo y aún me dolía. Así es que ambos a mi lado izquierdo se echaron.
¿Cómo ven? les dije a los dos Malinois. No quedó nada de mis árboles frutales. Llegó la plaga y se los acabó. La verdad es que los quería. Les dediqué tiempo, les entregué esfuerzo, les compartí vida. No pude contener la plaga y me ganó. Ambos perros me veían sin hablar. ¿Cómo ven, los vuelvo a sembrar?, ¿y si el año próximo llega otra plaga y otra vez los acaba? Ya estoy viejo y tal vez no los vea crecer. Me resignaré y aceptaré perder. Los Malinois se acercaron más a mí, me lamieron la mano con que los acariciaba y me vieron directo a los ojos.
El filósofo del grupo era el Resortín, el Shetland, pero murió. Los Malinois eran los loquitos perfectos. Intensos, ágiles, juguetones, mordedores y sumamente inquietos, imposible que se quedaran quietos en algún lugar. No obstante, esta vez no se movían y no dejaban de verme. Había un silencio que empezó a incomodarme. La Lola interrumpió el silencio: «¿Te resignarás y aceptarás perder?, ¿de qué estás hablando Raúl?» De mis árboles, le contesté, de mis frutales. Ya no existen, ya no están, llegó la plaga y acabó con ellos. «¿Tus árboles? preguntó la perra y continuó con otras preguntas ¿o los árboles de la madre Tierra?, ¿ya no existen?, ¿ya no están?, ¿de qué hablas?» Sin darme tiempo de contestar sus preguntas, la perra siguió hablando «Los árboles están ahí. No tienen hojas, pero los árboles están ahí. Pasará la plaga y reverdecerán, volverán a tener hojas. Es sólo un ciclo. Las langostas morirán en tiempo de frío. Ciertamente no todas y tal vez vuelvan el año próximo, pero los árboles estarán ahí y ahí seguirán.»
Ciertamente, al trozar la punta de una rama, los árboles aún se veían verdes por dentro. No estaban secos… Continuó la perra: «Tú tienes la culpa de la plaga de las langostas. Sigues usando tu camioneta de doble cabina para venir tú solo. ¿Qué no cabes en tu moto? Para que usas un vehículo para tantos pasajeros y de carga, para una sola persona. Las langostas llegaron por el calentamiento global, por la contaminación, por los agujeros de la atmósfera y por no sé cuántas cosas que tú provocas. De hecho todos los años llegaban, pero no en estas cantidades. Ahora son resistentes a los insecticidas que usas para combatirlas, también es culpa tuya, tú las hiciste resistentes. Tú puedes resignarte y perder, la naturaleza no. Los árboles volverán a tener hojas y frutos. Les costará más trabajo que otros años en que no fueron devorados por la plaga, pero se repondrán y volverán a su esplendor y en la primavera del año próximo estarán hermosos y llenos de vida.»
La perra se quedó viéndome unos instantes, sin hablar. Después me preguntó: «¿Qué vas a hacer después del COVID, resignarte y perder? La humanidad tuvo una plaga. Le comió las hojas y algunos frutos. Pero te aseguro que habrá humanos que no se van a resignar y no van a perder la guerra. Todos en la vida perdemos batallas intermedias, nadie es un triunfador al cien por ciento. Hay humanos que se saben aún verdes por dentro a pesar de que perdieron algunas hojas, tal vez muchas o todas, pero se saben con vida en su interior. Aprende de los árboles frutales. No murieron, no se rindieron, están en pie y volverán a tener hojas y frutos.»
¡Caramba! cuánto me hacía falta platicar con alguien así. Antes consultaba las cosas con el Resortín, ahora lo haré con la Lola, la Malinois. Hoy, queridos lectores, necesitamos ser en parte, como los árboles frutales que se comieron las langostas. Resistieron y se conservaron con vida para reverdecer. El COVID nos quitó a todos, a unos más y a otros menos, empero debemos sobreponernos, como la madre naturaleza lo hace.
También debemos cambiar nuestros hábitos, contaminar menos, atender el problema del calentamiento global que favorece que la naturaleza se comporte de otro modo. No jugar a la ingeniería genética porque ya hemos visto muchas veces que perdemos el control y luego no sabemos qué hacer con los virus, las bacterias, los hongos, etc. La vida macroscópica la hemos ido dañando, hemos acabado con especies completas de seres vivos terrestres, acuáticos y aéreos, sin embargo, la vida microscópica nos ha enseñado en muchas ocasiones que se defiende mejor y que incluso pasa de ser depredada a depredadora.
Es fin de año. Frecuentemente es una época de alegría. Hoy también debe serlo. Perdimos hojas, perdimos frutos, hay dolor, pero estamos vivos y tenemos la posibilidad de recomenzar. Nadie ha dicho que será fácil. Debemos ser extremadamente respetuosos de la situación particular de cada quien. Pero nadie da lo que no tiene. Alimenta el amor, el amor a ti mismo para que lleno de él, puedas dar amor a los demás.
Dale gracias a Dios, si no crees en Él, dale gracias a la naturaleza que te permitió llegar al fin de año. Sólo las grandes mujeres y los grandes hombres, darán vuelta a una página de la historia personal y de la historia de la humanidad y saldrán adelante para bien de ellos, de su familia, de su país y de la misma humanidad.
La Federación Canófila Mexicana, la Editorial Delco y la organización canófila TRIACA, les desea a todos una feliz Navidad, llena de amor y de ganas de seguir viviendo, para echar nuevas hojas y dar nuevos frutos.
Dios los bendiga a todos.
Organización Canófila TRIACA León, Gto.
Mail: drraulgarciamiranda@outlook.com
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